Apología



«Gott ist tot, lang lebe der Mann, der ihn getötet…»

F. Nietzsche


 

Sé de la existencia de muchos que han osado acusarme de irresponsabilidad, incluso de negligencia. Sé de las infinitas y terribles injurias que han sido proferidas hacia mí; sé de los agravios que ha sufrido mi nombre. Estos símbolos que expongo aquí no tienen, de ninguna manera, la intención de ser una justificación para los actos que se me imputan. Será más bien la humilde explicación que ofrezco de cómo los hechos se han hilvanado para mí.

Tengo la seria convicción de que mis acciones han sido juzgadas de una manera encarnizada. Fui víctima de una conspiración siempre dispuesta a sancionar a otros, pero nunca abierta a aceptar alguna responsabilidad. No; definitivamente atacar a quienes han sido y serán mis verdugos, no es la mejor manera de comenzar esta apología. Empezaré, entonces, por el principio.

Lo que hice en los inicios jamás podrá ser imprecado. El mundo natural ha sido siempre el mayor de mis orgullos. Con el paso de los siglos ha demostrado un desempeño impecable: no solamente en su disposición original (que rondó mis sueños por varias centurias, antes que su ejecución fuera llevada a cabo), sino también en ss progreso consecuente y en su perfeccionamiento con el paso del tiempo. Consta de un orden preestablecido, que ninguna especie ha osado cuestionar jamás. Nunca una bestia fantaseó con ocupar mi lugar. Este orden divino supo reinar, y aún lo hace, de manera impecable. Quizás el inefable secreto de su éxito resida en que la labor original no fue alterada.

Entiendo que en la obra (en mi obra) existen otros seres, cuyo universo no puede evaluarse de la misma manera.

Una de las mayores demostraciones de humildad consiste, acaso, en aceptar completamente aquello que nos ha sido dado, a modo de don. Los humanos son, quizás, los seres con mayor carencia de humildad que yo haya creado jamás. Increíblemente, se me imputa a mí la responsabilidad de su estupidez. Para inculparme, han logrado malinterpretar las palabras con las cuales intenté acercarme a ellos; las han tergiversado, a su gusto y con vehemencia. He sabido que han inventado sobre mí mentiras completamente inadmisibles, por ejemplo: se ufanan de llamarme omnipotente; sostienen que tengo la capacidad (tan sólo decirlo me parece irrisorio) de estar, a un tiempo, en todos los tiempos y en todas las cosas; cuentan que mi saber es absoluto, que nada ignoro y que los misterios del universo, se me plantean descifrados. Se mofan de mí envaneciéndome con el título de “Ser supremo”, a la vez que se sitúan con vanagloria en ese preciso lugar.

Soy yo el responsable, lo acepto, del fulgor anaranjado del atardecer, del poder adamantino de la roca y de la seda, y del andar errante y curioso de los animales. Pero no puedo, de ninguna manera, tomar partido por los seres humanos.

Se me acusa de ser un sujeto de álgida crueldad. Se preguntan cómo fue que yo, quien puede observar de un sólo vistazo el pasado, el presente y el futuro, fui capaz de crear un ser tan absorto de lo efímero. Cómo pude forjar un ente tan dependiente de lo que sus sentidos perciben y torturarlo, a la vez, exhortándolo a creer en un Dios que se le presenta invisible, inaudible y ajeno. En mi defensa diré, que yo no urdí tal macabro plan. En mi mente no cabe una aberración tal que me obligue a crear seres para después convertirlos en mis súbditos. Yo jamás insté a las aves o a los peces a rendirse con adulación ante mis pies. Esa es, para mí, una idea simplemente inconcebible. No es a mí a quien deben acusar entonces. Estas quejas deberían estar dirigidas a aquellos seres de su misma especie, que un día, sin mi consentimiento ni mí aprobación, se autodenominaron mis representantes en el mundo terrenal. Fueron ellos los artífices de la sumisión, la deshonra y la estulticia que afirman, y repiten negligentemente, yo prodigo. Quiero que todo mundo comprenda correctamente: No soy cruel, no soy malvado; soy tan sólo la abominable creación de seres crueles y malvados. No sería justo que yo pague el precio de su barbarie.

Recuerdo claramente, como si fuera ayer (salvo que para mí ayer es hoy, y mañana fue hace ya tiempo atrás), aquellas épocas en que solían venerarme. Sus mensajes se dirigían al cielo y yo lograba, a veces, comprenderlos. Por un momento sus palabras podían confundirse con el amor, y me agradaban. Después entendí que reparaban en mí únicamente por un sentimiento similar al desamparo. Algunos de mis detractores han llegado a decir, incluso, que fui yo quien instauró ésta fragilidad en sus almas; pero nada podría estar más alejado de la verdad.

Escuchaba mi nombre en cantos armónicos y hermosos, que a veces se acompañaban de extravagantes bailes o zalemas rigurosas. A fuerza de observar atentamente comprendí la razón de esta curiosa actividad: aquellos seres humanos ignoraban el funcionamiento del mundo que los circundaba. No les bastó, como al tigre o al tapir, aceptar la bendición de un territorio idóneo. Su necedad y su ambición los condenó a intentar comprender detalladamente los fenómenos que se suscitaban en los campos y en los cielos. Creo que fue entonces cuando yo fui urgido a aparecer. Me convertí rápidamente en la causa de sus efectos; fui concebido como un ser supremo e invisible que provocaba todos aquellos fenómenos que carecían, aún, de explicación.

Entenderán que el papel al que fui asignado conlleva beneficios y detrimentos. Era de mí de quien dependían los eventos favorables, aquellos que poblaban sus sueños y avivaban sus deseos. Pero también fui convirtiéndome, paulatinamente, en el culpable de sus desdichas y congojas. A amores y odios condicionales como estos fui sometido durante varios siglos.

A medida que el tiempo fue transcurriendo, su evolución, como ellos le llaman (o su decadencia como la nombraría yo) fue obligándolos a mutar su razonamiento. Dejaron de utilizarme a mí como el ente que brindaba un sentido a los hechos propios de un caos; en mi lugar, adoptaron la adoración de otro ser divino al que resolvieron denominar “ciencia”. Esta novedosa deidad, que ahora explicaba los eventos que antes explicaban con mi nombre, tan sólo supone una concatenación de hechos relacionados entre sí con una lógica de causa y efecto. Rezan a la ciencia, y le ofrecen rituales similares a los que solían ofrecerme a mí. Le imputan a ella poseer todas las respuestas de las que ellos carecen.

Algún día, acaso, comprenderán que el hecho de imponer un sentido, un logos, atribuírselo a un ser ajeno a ellos, y después jugar a descubrirlo, no es más que un rodeo innecesario e incapaz de eximirlos de su responsabilidad como creadores.

Hoy mi vida corre peligro. He sido acusado, juzgado y condenado por mis propias creaciones. Si hoy mi tiempo se ha acabado, habré de decir que son ellos quienes deciden que mi existencia les incomoda. A diferencia de cuando todo esto comenzó, ya no estoy en posición de instituirles mi voluntad. He creado un monstruo que se ha convertido lentamente en mi verdugo.

El lugar de creador y de creado no es estático: debe entenderse, de una vez y para siempre, como una compleja relación dialéctica. Si alguna vez fui yo quien creó algo y luego aceptó la imperfección de su obra, hoy como creación debo aceptar la inocuidad de mi existencia. Algún día fui útil y necesario, hoy soy obsoleto.

Yo, a diferencia de ellos, no soy un ser rencoroso. Acepto la sentencia con humildad. Alguna vez yo creé el mundo, es cierto, pero fueron ellos quienes me crearon a mí. Si mi existencia ya no les es útil, como lo fue alguna vez, acepto mi destino. En una época mi voluntad fue ley y mi poder absoluto, ahora admito que ellos sean aún más poderosos que yo. Hoy me dan muerte aquellos que alguna vez me dieron vida.

Pueden asesinarme, como lo han hecho con otros tantos dioses anteriores a mí y lo seguirán haciendo con aquellos que vendrán después. Sólo les diré, a modo de última voluntad, que espero que llegue aquel día en que comprendan cuál es su única naturaleza: Ningún ser supremo o inteligencia superior ha determinado que existe en ustedes algo que los haga más valiosos que la ínfima gota del rocío o la hoja verde que exorna la primavera…

.


 

de Juan Manuel Martínez Iglesias Publicado en Relatos

11 comentarios el “Apología

  1. Sinceramente, terminé de leer y no tuve palabras…
    Es cierto, nos construimos sobre la nada… como un día se lo atribuimos a Él.
    Sin embargo, algo es cierto sin más: con su compleja simplicidad inconciente, ¡cuán valiosa es una gota de rocío!

    No deja de sorprenderme tu capacidad de hilar un universo de ideas con una secuencia posible de vocablos. Es una composición impresionante, ¡sólo puede lograrse con tu ingenio!

  2. Más allá del cuento, que lo hallo insigne, parece que encontraste otro nivel de escritura amigo y la verdad no tengo mas que hacer que reconocerlo humildemente 🙂 ahora dejaste de sólo escribir cuentos y por primera vez veo en uno, un dejo de filosofía; me parece que este es primero en donde dan ganas de coger un lápiz y subrayar. Antes dabas cualquier excusa para escribir, ahora la excusa es el cuento mismo. Aunque sabes? maldito ladrón… robaste la idea que tenía yo (mucho antes de que yo mismo la escribiera)

  3. Me Encanto!! sinceramente no se como se te ocurren tan buenas ideas, es ingenioso y único. Me alegro que hayas encontrado esta vocación en la escritura y que la compartas con nosotros.
    Felicidades!

  4. Simplemente genial!!! en verdad no hay palabras para describir las sensaciones y sentimientos que me ha provocado, me encantó la forma narrativa, pero el contenido me pareció hermoso, audaz, inspirador…. y el final, al leer cada una de las palabras se me hizo un nudo en la garganta. Excelente!!!!!!!!

  5. Estoy de acuerdo con todos los comentarios, definitivamente, el mejor y mi favorito hasta ahora.
    Tiene una hermosa capacidad de conmoverte como lector y de hacerte parte del cuento mismo.
    ¡Felicidades!

  6. Hola.

    ¡Me parece exelente! Me encanta la forma en que expone como la humanidad a creido y criticado la existencia de un ser supremo a su conveniencia.

  7. Juan:
    Sinceramente me quedo sin palabras para poder describir los sentimientos que afloraron en mi al leer este cuento. si los anteriores me habían parecido estupendos, éste realmente no lo describe ningún calificativo que le pudiera poner, simplemente, pudiste encontrar las palabras adecuadas para poder descifrar el mayor problema que sufre la humanidad.
    Cada vez, tanto tus cuentos como tu redacción van escalando a una velocidad asombrosa. ¡Felicidades Juan! Me siento orgullosa.

Deja un comentario